La tumba en la que supuestamente yació Cristo, en la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, quedó al descubierto la pasada noche del 26 de octubre y en el transcurso de unas sesenta horas. El revestimiento de mármol que la cubría ha sido colocado de nuevo y podría quedar sellada durante siglos o milenios. «La conservación arquitectónica que estamos implementando está concebida para durar para siempre«, afirma Antonia Moropoulou, la supervisora de los trabajos de restauración, en el segundo artículo sobre este tema que ha publicado la edición internacional de National Geographic. Sesenta horas…
Una cuestión que es indiferente de las creencias personales sobre la existencia o no de Dios —el que sea para cada uno, dependiendo de su religión—. Se trata de la tumba de Jesucristo en el plano terrenal, o si lo prefieren, de la figura de un hombre que vivió en ese tiempo y que era, al menos, especial en sus actuaciones y relaciones con la comunidad.
Históricamente, o arqueológicamente, tiene un valor enorme, no tanto por demostrar de alguna manera para los creyentes cristianos que ellos están en posesión de la razón y esa es una prueba más de la existencia de Dios, encarnado en su hijo —eso queda para las creencias respectivas—, sino por cuanto cualquier descubrimiento de este tipo nos hace comprender un poco más el pasado, lo ocurrido en él, y cómo hemos evolucionado y hacia dónde sigue esa evolución. Recordemos que este mundo sigue dominado por el poder económico y la religión… No difiere mucho del antiguo.
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