Las aristocracias de provincia del territorio romano podían olvidar frecuentemente su origen. Creo que las diferencias en dicho tratamiento y relaciones con sus provincias originarias no difiere mucho de lo que le pudiera ocurrir a otros mandatarios en cualquier otra época de la historia en cualquier lugar. Es una cuestión intrínseca al ser humano que absorbe poder, el olvidar sus principios (evidentemente no generalizando), pero como esto no es para hablar de disertaciones sobre el alma del ser humano, paso a desarrollar las cuestiones digamos “técnicas” por las que pienso que podía ocurrir en este período.
Una vez en lo más alto, como es el caso de Trajano, se supone que la abrumadora agenda de problemas a solucionar y conflictos en marcha por todas las regiones del imperio (no pequeño precisamente), debían absorberle de tal modo que resultaría casi imposible el desplazamiento “de facto” a voluntad hacia sus tierras de origen. Quizás por lo alto de su poder estaría algo más justificada su despreocupación por decirlo de alguna forma.
Pero en los casos de ascensos de menor rango podía incluso ser esa voluntad contraria a lo indicado. Me explico; el sentimiento de inferioridad de los ciudadanos de provincias respecto a la ciudadanía romana, llamemos “de clase” o natural de ese imperio era tal, que una vez obtenido ese ascenso igualitario, debía infundirles una idea de alejamiento de esos orígenes menos puros para ser romanos de verdad, situados en la culminación de una carrera política a la que llegaban muy pocos, unos cuantos elegidos que, como comentaban mis compañeros antes, debían comprometer casi todo su ser, su esencia originaria y hasta casi su alma por considerarse más romano que los propios romanos de Roma.
Evidentemente por todo lo anteriormente indicado, no solo se verían afectadas las relaciones familiares sino todo aquello que tuviera u “oliera” a su natalidad, fuera retorno, contactos, ayudas, reconocimientos o cualquier asunto del que deviniera su hispanidad o aún peor, su provincialismo.
Hubo casos como el de Séneca, por el que podríamos refutar mi argumento anterior, aunque yo aquí me inhibo, y no es por miedo sino por desconocimiento. En una época en que te metían la espada en el estómago a la mínima que te descuidaras, no me atrevo por muy tutor y consejero de Nerón que fuera (¡pues bueno era este!) a decir que Séneca no renegara del provincialismo senatorial por tener otros motivos ocultos, aunque amara su tierra.
En todo caso, y por no extenderme diré que una vez obtenido el poder, del tipo que fuera, el vínculo previo debía ir poco a poco desgajándose, tanto por las distancias como por la propia voluntad contrapuesta de ser un digno romano provincial e hispano. Aislándose de su origen se quedaban con la “r” de Roma y olvidaban, unos más, otros menos, su provincialismo. Pienso que como se ha dicho previamente, en poco más de dos o tres generaciones se aislaba casi totalmente el origen.
Es una opinión que aún hoy en día sería aplicable… ¿queréis ejemplos? Aquí dejo una cita que lo aclara: “somos más papistas que el papa” (con minúscula).
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