Nos hallamos ante un edificio cualquiera. Una silueta atractiva como cualquier otro mercado municipal que se precie de haber sido reformado y tratado adecuadamente. Pero no estamos aquí para hablar de arquitectura sino de Historia. Y ahí es donde duele… y mucho.
El mercado central de abastos de Alicante no es un mercado más. Tiene su historia, y no es precisamente de pescados, carnes y mariscos. Es un gran olvidado, una patraña enlatada con marcos de recordatorio que no quieren evocar heridas antiguas.
No estamos aquí para politizar, ni mucho menos, sino simplemente para ensalzar la figura portentosa de un aliado (y no político) que no pudo arropar con sus brazos a todos esos inocentes, destinatarios ignorantes de un envío sin acuse de recibo, que murieron dentro y fuera de esos brazos mercantiles.
El bombardeo se inició sobre las 11:15 horas de un veinticinco de mayo de 1.938. Según Wikipedia, el saldo fue estremecedor: «Estudios realizados barajan los 275 -muertos- (aprox.) que figuran en el registro del Cementerio Municipal (100 hombres, 56 mujeres, más de 10 niños y más de 100 personas no identificadas), un número indeterminado de enterrados en localidades próximas de la Provincia de Alicante y más de 1000 heridos».
La Historia no se compone únicamente de relatos de unos y de otros, existen testigos mudos de su devenir, que como en el caso que destacamos, lloran por sus vertientes de dos aguas la sangre que no pudieron evitar. El Mercado de Alicante vivió ese día el peor de su historia; la artillería despedida por las explosiones de unas noventa bombas produjeron, según refieren los supervivientes, muchas decapitaciones y mutilaciones, no solo en este mercado y sus alrededores, sino en otras calles próximas en el sentido Sureste de la ciudad.
Evidentemente no hace falta analizar mucho sobre las consecuencias de la hora y el día (plena mañana y Miércoles) para obtener resultados: la tripulación aeronáutica extranjera, a más datos italiana; el surtido de sardina ese día (lo más barato) muy abundante; el hambre de la época elevada, los recursos económicos muy precarios; el carrito de barrendero… lleno a rebosar de mutilados con dirección a la Casa de Socorro.
Quizás Picasso no estaba en ello, ni siquiera Dalí, pero el “cuadro” debió ser lo suficientemente temible como para que nadie quisiera acreditar históricamente a qué grado de horror se puede llegar con tus propios hermanos. A unos y a otros la vergüenza les ha vengado con el olvido de sus nietos.
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