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Planeta Roda-Hoenmo (I)
Por Miguel M. Delicado Publicado en Escritos del Autor, Literatura en 18/10/2012
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Planeta Roda-Hoenmo

Roda-Hoenmo, hace seis mil setecientos treinta y dos millones de años, o lo que sería el 6.732.000.000 a.C.

Rídara miró hacia arriba. Desde lo alto de la copa frondosa del vetusto ródalo su pareja estaba preparado para lanzar la termocápsula; lo que sería dentro de muy poco el último vestigio de la raza y sistema de vida domita de Roda.

—Espera mi orden, no quiero que nos anticipemos. Hagamos el envío en el último instante, no sea que la detecten sus sistemas y nuestra genética [domita] desaparezca para siempre de este universo porque un maldito pulso nuclear se cargue esa cápsula.

—No te preocupes, te aseguro que no la activaré hasta el último instante — Deronú estaba atento al cielo (por cierto muy iluminado por sus dos lunas [Rodala y Rodani]). Se hallaban a unos mil quinientos metros de la zona urbana, rodeados de un espeso bosquecillo que les servía para retardar la localización de los rastreot. Un río de escaso caudal y agua rojiza discurría al este de su posición, pero suficiente para crear una barrera temporal entre su posición y los malditos rastreot.

Seguía esperando la visión de la estela de luz que traería la muerte y la extinción casi inmediata de todo lo vivo. Deronú había estado enamorado de Rídara desde que la conoció haciendo ejercicio en la zona libre, junto al lago Mirasmas —el verdor jadeado de su agua era siempre la ironía perfecta para la comparativa con los ojos de color azabache de ella—. Rída siempre le había dicho que moriría a gusto entre sus brazos, pero él jamás hubiera pensado que eso sería algo que llegaría a ver. Ahora la tenía a cinco metros y sin posibilidad de abrazarla ni tocarla en ese último momento. El último instante de su propia raza.

En su fuero interior, Rídara deseaba trepar ese árbol hasta llegar a su amado y abrazarlo para morir juntos, pero sabía que eso podría suponer también el fin de todo lo domita. Su posición bajo del árbol estaba estratégicamente calculada para que los rastreot localizaran a su cuerpo antes que al de él, pues la vegetación suponía un impedimento añadido a su localizador interno. Esto significaba en la práctica que ella moriría quizás un lime —equivalente a unos dos segundos terrestres— antes, pero no le importaba que un asqueroso rastreot la sublimase [vaporizase] si a cambio tenía la posibilidad de asentar el fruto de esa cápsula en algún planeta con posibilidades.

—Cómo desearía que esto no estuviera ocurriendo y despertase de un maldito sueño, Dero —dijo Rídara.

—Lo sé; sabes que te quiero y seguiremos juntos si la materia quiere.

Las consecuencias del envío eran bipolares. Por un lado se aseguraba la perdurabilidad de su tipo de vida planetaria, por el otro se enviaba una «carga» sin avances que suponía el reinicio domita en todas sus facetas, desde los albores de la vida en Roda-Hoenmo. Ello incluía cualquier concepto vital conocido en este: animales, vegetales y la domiteria —una especie de elemento filosófico etéreo que dirigía la intelectualidad de su raza—.

Si lanzaban la cápsula, auguraban un destino muy primario a unos futuros domitas que no podrían disfrutar de los avances técnicos que habían conseguido en Roda a lo largo de sus casi quince millones de años de existencia como raza. No habían podido conseguir la segunda cápsula, la que proveería el esparcimiento genético complementario o científico. Esta hubiera aportado la posibilidad de iniciar un renacimiento a partir de coeficientes de inteligencia de mil doscientos o más, con sólo unos pocos millones de años evolutivos, quizás cuatro o cinco. Tendrían que conformarse con morir dejando unos ridículos porcentajes de intelecto, pero valiosos atributos genéticos, a «su suerte».

—Nos mereceríamos fusionarnos en el último instante, al menos por lo que vamos a hacer— apostilló Rídara.

Deronú no podía entender cómo habían llegado a esa situación por la incompetencia de sus gobernantes. Las tensiones políticas y la presión de los Faktar como raza superior de su sistema habían propiciado lo necesario para evitar intromisiones en el desarrollo global de su sistema galáctico. De todas formas, el destino de colisión de su galaxia Tianus contra la cercana Tribda era cuestión de medio millón de años como mucho. Todo estaba abocado al caos indefectiblemente.

La termocápsula empezaba a marcar insistentemente la disponibilidad de eyección. Tenía poco más de treinta centímetros —dos quos para ellos— de alto, por unos ocho de ancho, de forma cilíndrica y abierta por su base acampanada, zona donde ejercía la antigravedad a seis veces la velocidad de la luz. De hecho, cuando Deronú deslizara el dedo sobre el visor, desaparecería de su mano como por arte de magia. Dentro contenía el mapa genético «en vivo» de toda la vida de Roda, alojado en una especie de nano-cápsulas que se dispersarían mediante una explosión micronuclear de la cápsula madre, cuando los rastreots de la misma «entendiesen» que un planeta avistado podía ser válido para el renacimiento.

—¡Ahí está Dero. Parece un cometa!

—¡Nos uniremos Rídara, te lo aseguro. Un beso para siempre!

Creyó escuchar un «Te espero» seguido de un inequívoco ¡sshss! cuando deslizaba ya el dedo por el visor. Rídara acababa de ser sublimada mientras él también se vaporizaba al segundo disparo del rastreot enemigo. La termocápsula se hallaba ya en ese instante saliendo del brazo final de su galaxia Tianus, en un viaje desesperado hacia un renacimiento domítico, genético y cultural, a escala planetaria.

En el centro de control de Faktaria el sistema detectó una microsalida, pero sus controladores estaban todos muy ocupados por las órdenes superiores de supervisar y asegurar la destrucción total de la vida de cualquier tipo existente en Roda-Hoenmo. Nadie envió un pulso hacia la cápsula…

Roda-Hoenmo II. El Renacimiento

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