«1.Dios es, por definición, el mayor ser que puede imaginarse.
2.Hay más grandeza en la existencia tanto en la realidad como en el entendimiento, que en la existencia únicamente en el entendimiento de uno mismo. Ergo: 3.Dios debe existir en la realidad, pues si no existiera, no podría ser un ser mayor que nada mayor que pudiera imaginarse.»
Vamos a tratar en este trabajo la argumentación de San Anselmo sobre la certificación necesaria de la existencia de Dios, pero realmente no es tan importante la demostración de dicha necesidad, sino el método apriorístico, la analítica de premisas y consecuencias que nos defenderá el argumento mediante la razón. Esta cuestión fue la realmente importante, el partir de la razón hacia la verdad y no de la fe hacia la razón y consecuentemente hacia la verdad.
San Anselmo nos plantea la posibilidad de imaginar (al igual que hacemos con el mundo material) el ser más perfecto (aquel ser que nada mayor pueda ser concebido) y por ende creador de nosotros mismos y de todo lo que existe. Este último punto es a todas luces esencial, pues de no imaginarlo así e imaginar un ser imperfecto (también podemos imaginar una quimera y no por ello debe existir necesariamente) no llegaríamos a la conclusión que nos plantea sobre su premisa lógica.
La segunda cuestión es la valoración de esa capacidad imaginativa hacia la perfección de un ser creador. Si somos capaces de imaginarlo (pues pensamos y existimos) es que necesariamente existirá extra-mentalmente, pues si nosotros partimos de su propia creación y esa imagen mental de su perfección tenemos la posibilidad de crearla en nuestras ideas, necesariamente su existencia se deviene fuera de nosotros.
La tercera es una resolución al propio planteamiento de la premisa, pues si somos capaces de imaginarlo y necesariamente debe existir fuera de nuestra mente, Dios existe.
En su segunda argumentación, redundará en la necesidad de que es mejor ser necesario que no serlo y con ello reforzará la existencia de la necesidad de ser de ese ser, que este es mayor que nada concebido, y que al ser necesario y llamarlo Dios, este (Dios) necesariamente debe existir.
Evidentemente en su período histórico no fue ni la primera ni la última de las indagaciones filosóficas hacia la verdad. Lo básico de su planteamiento es el intento de partir de un razonamiento y no de la fe. La fe, según lo que nos fundamenta San Anselmo, deviene tras el propio convencimiento de la necesaria existencia de ese ser. Esa fe posterior permitirá, al igual que nos ofrecen otros filósofos anteriores y posteriores, seguir conociendo la verdad de las cosas.
Este argumento sigue vigente en la diatriba filosófica-teológica, pues es de una sencillez aplastante, de un convencimiento en sí mismo natural y de un interés que trasciende al propio tiempo y al propio ser humano. Estamos hablando de la propia creación. Ni la teoría del Big-Bang de Lemaitre (sacerdote católico y astrofísico belga [esto no lo sabe mucha gente, pues es de pensar que esa teoría no saldría de un plano eclesiástico]) o el estatismo creacionista universal de Hoyle, en su propia esencia contradictoria pueden “atacar” este simple argumento ontológico de San Anselmo en lo concerniente al plano físico-teórico, aunque sí al teológico o al lingüístico, pues precisamente es en este último donde encontrará detractores.
El argumento no es perfecto evidentemente, su talón de Aquiles está en la transposición de planos, ideológico al material y viceversa. En esta cuestión es donde más se le puede indagar. La palabra “necesidad” se solidariza en San Anselmo con dicha transposición de planos, lo cual no es compartido por muchos de los estudiosos del argumento.
Si bien en su contra debemos indicar que es ese razonamiento filosófico el que obliga a la propia conclusión por la necesidad, también debemos indicar que comprendiendo la “necesidad” de que nuestra existencia se basa en la materialización de la idea preconcebida de ese ser (por la cual existimos y somos conscientes de ello), al igual que somos capaces de imaginar que puede existir un ser que nos haya creado, esa necesidad de su propia existencia se transpone del plano metafísico al real… Eso sí, siempre tenemos que asumir que fuere necesario que su “realidad” fuera necesaria para la creación de todo lo que existe. Eso tampoco lo sabía San Anselmo, ni lo sabemos hoy en día con toda nuestra ciencia al alcance.
Este argumento ontológico tiene como esencia el tratar de explicar aquello que atañe al ser humano. Su interés es como decimos de una actualidad permanente, casi contemporánea al propio tiempo o a la propia existencia, por tanto San Anselmo nos facilitó una teoría sencilla por la cual con unas proposiciones claras (aunque discutibles) pudiéramos adentrarnos filosóficamente en la comprensión del todo, de la Arkhé, de la física-teórica actual y de lo que en un futuro se descubra… La validez de este planteamiento y su verdad radica precisamente en esa transcendencia al conocimiento, pues es aplicable en cualquier momento del “descubrimiento”, llamemos Dios o lo que queramos a ese ser perfectísimo, esencia de todo y de sí mismo.
Podríamos decir que su punto flaco es un determinante de su propia falsedad, que la metafísica de su principio es errónea desde el plano material lingüístico, que por ello ya no es válido el resto del argumento si la premisa es errónea, etcétera. Sin duda sus detractores lo tendrían fácil para desmontar en pocos segundos tal elucubración filosófica, pero no se le podrá negar nunca su sencillez de la lógica proposicional, su actualidad permanente y su énfasis en encontrar una verdad que se diluye entre la idea y la materia.
Acogiéndonos a sus proposiciones lógicas, si uno piensa y es capaz de modificar su mundo circundante (introducir cambios en el plano material mediante la concepción de una idea previa mental de hacerlo), ¿no estaría ya transponiendo los planos mediante la acción-reacción física trasladada desde su propia mente? ¿esa transposición del plano ideológico al material es única de los seres vivos, o también pudiera ser de nuestro creador? Si yo decido plantar una semilla de un árbol, es muy distinto a si decido destruirla de forma que nunca pueda “engendrar” un árbol de vida, el cual dará nueva vida a multitud de seres proporcionando alimento, cobijo, etcétera. Nuestra propia creación (de todo lo que existe) depende de una acción física material, de una concepción ideológica o lo que sea previa, la cual da como resultado de una acción-reacción el propio Big-Bang (aquí queremos decir el paso previo al Big-Bang) o a la creación de los universos existentes, del huevo primigenio cósmico o del Kaos.
En todo caso, debemos precisar que San Anselmo no parece pretender con su argumentación demostrar cómo nace el mundo y lo creado, sino que previamente a todo lo existente, hubo un ser “mayor (más perfecto) que el cual nada existe” el cual fue capaz de dotar la existencia universal precisamente porque su existencia se deviene de su propia necesidad de existencia. Si lo puedo imaginar de tal perfección, y es capaz de haberme creado, necesariamente debe existir. Por tanto Dios existe.
Argumento discutible, sí. Erróneo en la proposición, sí. Importantísimo en su concepción, sí. Antiguo y desechado, no. Es un argumento que transciende el plano teológico, su validez no entiende de fronteras físico-teológico-teóricas, pues pese a venir de una persona religiosa, precisamente indaga en el razonamiento filosófico hacia la fe y no al revés.
Repetimos: Lemaitre, sacerdote católico y astrofísico belga, descubridor de la teoría del Big-Bang aunque no le diese nombre él, sino su propio detractor Hoyle. ¿Curiosidad histórica?, es posible, pero ambos parten de la razón hacia la fe. ¿Porqué?, pues porque de la fe hacia la razón es mucho más difícil el convencimiento natural.
“Crede ut intelligas” e “Intellige ut credas” que nos hubiera dicho San Agustín.