Antígona: “No fue Zeus quien dio ese bando, ni la Justicia que comparte su morada con los dioses infernales definió semejantes leyes entre los hombres. Ni tampoco creía yo que tuvieran tal fuerza tus pregones como para poder transgredir, siendo mortal, las leyes no escritas y firmes de los dioses. Pues su vigencia no viene de ayer ni de hoy, sino de siempre, y nadie sabe desde cuándo aparecieron».
La Corte Suprema de EE.UU. sentencia que los genes humanos ‘naturales’ no pueden patentarse
En la obra clásica Antígona, de Sófocles (Grecia antigua), ya se demuestra con una magistral trama, que el derecho natural prevalece sobre el desarrollado por el ser humano.
La Naturaleza es previa a cualquier ser que puebla esta Tierra. ¡Solo falta que queramos irrogarnos la patente de la creación porque hemos descubierto las células, los átomos o los quarks! Ellos estaban ahí miles de millones de años antes de que nuestra Madre quisiera desarrollarnos, bien fuere aquí en nuestra casa, o desde las más profundas oscuridades del espacio exterior.
El límite arrogante del humano es deleznable, se contraria contra su propia creadora, y si hace falta, contra el Universo entero… siempre que haya dinero de por medio.
No todo está en venta, ni todo tiene un precio: la Luna es del sistema solar, no nuestra; el sistema solar es de nuestra galaxia dentro del brazo de Orión, no nuestro; nuestra Vía Láctea es de un cúmulo mayor galáctico o grupo local, no nuestra…
Señores descubridores de genes, agradecemos mucho su interés científico, pero mis genes no son suyos, su propietaria legal es mi Madre y la suya —con mayúscula—, y ella no se vende porque es natúrea, antiquísima, desinteresada; paciente con nos y nuestras barbaridades; inmensa, divina y… hasta víctima de sus propios hijos.
Y ahora queremos adueñarnos de su poder patentando lo que no sabemos siquiera si provino de este mundo. ¡Ja!