«Durante tres días los hombres recogieron el despojo de cadáveres, armas y caballos esparcidos por el campo. El cadáver de Flaminio, por el que había ofrecido una recompensa, pues quería sepultarlo con los honores debidos a su rango, no pudo ser hallado. Quizá deba advertir que los perros asilvestrados y otras alimañas del cielo y del suelo que se alimentan de cadáveres, suelen comenzar a devorarlos por el rostro, con lo que quedan prácticamente irreconocibles. Los celtíberos sostienen que esto es debido a que el alma del difunto, prendida en sus ojos vidriados y fijos, espanta a los profanadores. De aquí que tengamos la costumbre —sostienen ellos —de cerrar los ojos de nuestros deudos en cuanto fallecen, por favorecer el tránsito del alma.»
«Yo, Aníbal», de Juan Eslava Galán.
Recomiendo leer a este auténtico maestro de la exposición amena e irónica de la Historia.