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Leonardo Da Vinci. Aforismos
Por Miguel M. Delicado Publicado en Filosofía, Literatura en 09/09/2012
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Leonardo Da Vinci

«¿Cuál es la cosa que cesaría de existir si se la pudiera definir? El infinito, que sería finito si pudiera ser definido. Porque definir es limitar la cosa definida con otra que la cir- cunscribe en sus extremos, de modo que lo que no tiene términos no puede ser definido.» «Los ambiciosos que no se contentan con el beneficio de la vida y la belleza del mundo, tienen por castigo el no comprender la vida y el quedar insensibles a la utilidad y belleza del universo».

«El conocimiento del tiempo pasado y del estado de la Tierra en él son el ornato y el alimento del espíritu humano».

«Felices los que prestan oído a los muertos: leamos los buenos libros y pongamos en práctica sus enseñanzas».

«Si dudamos de cada cosa que pasa por los sentidos, cuánto más debemos dudar de las cosas rebeldes a esos sentidos, como la esencia de Dios, la del alma y otras cuestiones similares, sobre las cuales siempre se discute y disiente. Y sucede en verdad que, donde falta el razonamiento, se le suple con palabrerío, cosa que no ocurre cuando se trata de cosas ciertas. Diremos, pues, que donde hay ruidosas discusiones no hay verdadera ciencia, porque la Verdad tiene un solo término, el cual una vez hallado y hecho público, el litigio queda destruido para siempre y, si resurge, es porque sólo hay ciencia mentirosa y confusa y no certidumbre nata».

«Muchas veces una misma cosa está sometida a dos influjos violentos: necesidad y potencia. Cae el agua, y la tierra la absorbe por necesidad de líquido; el sol la evapora no por necesidad, sino por potencia».

«¿Por qué no dispuso la naturaleza que los animales no viviesen unos de la muerte de los otros?»-

«Como los acontecimientos son mucho más antiguos que las letras, no es de extrañar que no haya llegado a nuestra época noticia escrita que nos haga saber cómo el mar ocupó en otros tiempos tantos países; y si, con todo, alguna escritura aparecía, las guerras, los incendios, las inundaciones, los cambios de lenguas y de leyes, han destruido toda la Antigüedad; pero bástennos los testimonios que nos da el hecho de encontrarse hoy cosas provenientes de aguas saladas, en altos montes alejados de los mares de entonces».

«De cómo es posible por medio de un aparato, permanecer algún tiempo debajo del agua; por qué me niego a describir mi procedimiento para permanecer bajo el agua por todo el tiempo durante el cual me es posible prescindir de alimentarme. No lo publico y no quiero explicarlo, temiendo el carácter malvado de los hombres, que aplicarían este dispositivo con fines de destrucción, empleándolo para despedazar desde el fondo del mar el casco de los buques y hundirlos junto con sus tripulaciones. He ideado otro aparato que no ofrece tal peligro y que consiste en un tubo cuyo extremo se mantiene sobre la superficie del agua por medio de odres o de corchos, y permite al buzo respirar a través de él».

«Esa belleza humana te enamora y es causa de que todos los sentidos quisieran poseerla y luchar a porfía para lograrlo. Su boca, por ejemplo, desearíamos apropiárnosla e incorporárnosla; nuestro oído sentiría placer en escuchar la descripción de sus encantos; el sentido del tacto penetraría de buena gana en todos sus secretos; el olfato anhela absorber el aire que ella constantemente respira».

«El torrente arrastró tanta tierra y tantas piedras en su lecho que tuvo que cambiar su curso».

«Viéndose el papel todo manchado de la negrura de la tinta, se lo reprocha; pero ella le demuestra que las palabras escritas sobre él serán motivo de su perduración».

«Hallándose el vino, ese sublime licor extraído de la uva, en una rica taza de oro, ensoberbecido por tanto honor, se sintió de pronto asaltado por un pensamiento contrario, y se dijo a sí mismo: -¿Qué hago, pues? ¿Por qué estoy tan alegre? ¿No advierto que estoy a punto de morir, dejando la habitación que me brinda esta áurea taza, para entrar en las torpes y fétidas cavernas del cuerpo humano y transformarme, de odorífero y suave licor, en fea y sucia orina? Y como si eso no bastara, tendré todavía que permanecer largo tiempo en inmundo receptáculos, con la maloliente y corrompida materia que expelen las entrañas. Y gritó al cielo reclamándole venganza contra su adverso destino y pidiéndole que pusiese fin de una vez a tanta degradación: que si el país producía las mejores uvas del mundo, tanto menos motivo existía para transformarlas en vino. Dispuso entonces Júpiter que el espíritu del vino bebido por Mahoma, subiera a su cerebro, enloqueciéndolo y haciéndolo cometer tales errores que, vuelto a su sano juicio, promulgó una ley que prohibía a los asiáticos el uso del vino».

«Los hermanos mínimos acostumbraban observar la cuaresma en sus conventos absteniéndose de comer carne; pero cuando van de viaje, como viven de limosnas, les está permitido alimentarse de todo lo que les ofrecen. Entrando pues, en una posada dos de esos religiosos, en compañía de cierto mercachifle, se sentaron los tres a la misma mesa. Sirviéronles, como único manjar, un pollo hervido, que otra cosa no había disponible en la mísera posada. Viendo el mercader que este único plato apenas bastaba para él solo, se volvió a los religiosos y les dijo: «-Si mal no recuerdo, vosotros no coméis en vuestros conventos y en días como éstos, ninguna clase de carne.» A estas palabras los religiosos, de acuerdo con su regla, hubieron de contestar sin ambages, que tal era la verdad, con lo que el mercachifle, muy satisfecho, se comió el pollo; y los hermanos tuvieron que conformarse como pudieron. Partiéronse luego en compañía y sucedió que después de andar un trecho, llegaron a un río de bastante anchura y profundidad. Como los tres iban a pie, los hermanos por pobreza, y el otro por avaricia, fue necesario para comodidad de la compañía, que uno de los frailes se descalzara y cargara sobre sus hombros al mercachifle, y así lo hizo, dándole a guardar sus zuecos entre tanto.
Cuando el fraile se encontró en la mitad del río, le vino a la memoria una de las reglas de su orden, y este nuevo San Cristóbal, alzando la cabeza, preguntó al hombre que cargaba: «-Dime, antes de seguir adelante, ¿llevas contigo algún dinero?» «-Sin duda -contestó el otro-; ¿puedes pensar, acaso, que un mercader como yo emprenda viaje en otras condiciones?» «¡Cuánto lo siento! – exclamó el fraile-; nuestra regla nos prohíbe llevar dinero encima». Y sin más, lo arrojó al agua. Comprendió entonces el mercader que ésta era la alegre venganza de su mal proceder, y sonriendo pacíficamente, con rubor y vergüenza la soportó».

Leonardo Da Vinci. Aforismos. E. García de Zúñiga.

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