La ropa andrajosa. Su envoltura roja a modo de capucha esconde un pelo teñido por el brillo mágico de un sudor dulce.
La nariz con un perfil no definido, señorial y agradable, con una marca de entorno que aproxima a los aludes de sus fosas una eternidad marcada por el odio y la miseria; y con todo, acerca a la gratitud de sus labios una ensoñación de dulzura y paz que en nada revelan un poder innato.
Su tez, impresionante. Tersura y distinción que dan paso a unas cejas negro azabache que enmarcan —sin dejar salir de sus órbitas—, a lo más exhultante: ¡ojos!, poderosos ojos.
Te hipnotizan, deslumbran, apasionan, atenazan, horrorizan, preguntan, disculpan. ¿Qué sé yo?
Ojos que un Dios cualquiera ha querido dar a una mujer cualquiera. No es posible pasarlos por alto. No es factible ignorarlos. Te poseen, te desnudan, te acogen y, si ella quisiera… la harían Reina.
Si digo que son verdes… miento. Si digo que son inmensos… miento. Si digo que el mar los supera… no sé, no tengo como mortal ese discernimiento.
Extraordinarios, sobrenaturales, divinos, y con todo ello jamás nadie describiría bien tan bellos fulgores. Infinitas palabras tiene el ser humano para describir las cosas, pero no lo sobrenatural.
¡Admirable Afgana! Realmente la naturaleza te privó del bienestar y te dotó con la guerra, para luego compensarte con ojos que poca gente tendrá el derecho a ver. No puedes ser Reina con esos ojos Afgana, no puedes ser siquiera… mortal.
Porque tú eres de este mundo, Afghana… ¡Tus ojos no!
Linda poesia amigo sobre una gran dama. Mi enhorabuena.