En los cinco años que Hernando pasó en Roma frecuentó las cartolai o librerías que abundaban en la Ciudad Santa y, al tiempo que iniciaba su biblioteca (ampliando la de los 238 volúmenes heredados de su padre), asistía a las clases de renombrados maestros en la universidad. Los intereses de Hernando eran universales y abarcaban desde la astronomía a la botánica (lo que explica que mantuviera, años después, un huerto de especies raras en su casa de Sevilla).
En aquella época, y hoy en día, el afán por atesorar tal cúmulo de sabiduría es prácticamente general en cualquier interesado por la cultura. Una cosa es formar una biblioteca para dejarla como herencia o para compartirla, pero lo demás, como decía la canción de Mecano, está de más…
18250 ejemplares son los que, en 50 años, podría uno leerse… ¡si tuviera una velocidad de lectura de un libro por día!
Creo que hay que leer lo que a uno le guste; no importa mucho si es ficción o realidad, lo que importa es el aprendizaje que conlleva una u otra disciplina, pues para las dos ha sido necesaria una investigación, una creación imaginativa y una reflexión que se muestra hasta en la poesía.
Un amigo me decía que hay que leer por lo menos unos mil libros en toda la vida; creo que tenía razón: en 50 años puedes leer unos 2600 ejemplares a uno por semana, que es una cifra más acorde al tiempo disponible y al tamaño promedio de unas 300 páginas.
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