Viejos y nuevos mitos. Enrique Luque.
Se nos presenta por el autor un recorrido por el concepto mítico que, englobando su histórico devenir a través de la creencia humana, pasa a trascender en su verdadero significante, su incidencia en el desarrollo del propio hombre, las luchas y contrasentidos en torno al mito, las afiliaciones personales a un bando y otro a su derredor y consecuencias interpretativas socio-culturales.
El mito tiene un desarrollo temporal acorde al hombre; sus miedos, su inteligencia, su avance científico, etcétera, harán de estos mitos un programa de enseñanza y de delación en función de lo que pueda interesar a la clase dominante, sin perder de vista que el mito será un arma, pero también un peligro en contra de esta dominancia, pues los seguidores del mismo no “absorberán” con facilidad una denostación de este.
Luque nos presenta aspectos muy variados respecto a ello, así nos comenta como «algo opuesto a la historia, la ciencia, la razón e, incluso, la vida cotidiana» en relación a esa presión del propio conocimiento que va “calando” en las propias culturas, desmitificando lo desconocido y ahondando en lo demostrable. Expone Luque diversos ejemplos relacionados con el conocimiento del universo o de los fenómenos naturales como el rayo apostillados por el cordobés Séneca «Nosotros —dice el filósofo— pensamos que los rayos se forjan del choque de las nubes; ellos se persuaden de que las nubes chocan para que los rayos se forjen».
La interpretación es fundamental en el conocimiento de las cosas tal y como Luque nos comenta, así el mito desencadena una serie de creencias erróneas cuando aborda lo desconocido, como es su finalidad, sin embargo veremos como más adelante del artículo de estudio, nos demostrará que la existencia del mito no depende únicamente de esta ignorancia, pues su persistencia hoy en día con asuntos tan dispares como un artista musical, una idea preconcebida a nivel social errónea y demostrada, y mucho más, siguen muy vigentes, pese a ser conocida su falsedad.
Las ideas que nos va aportando Luque nos hace ir pensando en cuestiones como si los mitos devienen siempre de hechos fantásticos o irreales, o a veces se basan en realidades tergiversadas. En realidad lo que hacen es desmitificar las creencias populares arraigadas por superstición o tradición, mediante la ciencia y la tecnología, lo que nos lleva a la raíz del asunto; los mitos se crean por el hombre y se destruyen por este mismo.
Aun siendo mitos cotidianos, no por ello dejan de ser creencias parecidas a los mitos griegos. Se basan en creencias erróneas, a veces fantásticas, que el hombre asumió como respuesta ante la falta de argumento demostrativo científico, pero que sirvieron muy bien en su momento para acallar esa voz interior que precisa la aclaración del por qué ocurren las cosas.
El bien y el mal; Ormuz y Ahriman; Ying y Yang, son ejemplos de elementos claves en el desarrollo mítico de las diversas culturas, Luque nos expone esto cómo otra idea básica del texto; esta divergencia social que pasa por la acepción de lo bueno y lo malo con una contraprestación mítica en función de lo humano que a veces se extrapolaba a lo político-religioso «La larga etapa de guerra fría ha sido especialmente fértil en la recreación de espíritus del bien y espíritus del mal, que, según el bando de que se tratara, se identificaban con el sistema capitalista o el sistema soviético».
Una interesante cuestión antropológica se deviene del estudio social de las culturas antiguas que perviven en nuestro mundo, su aportación mítica y la relación de ello para el conocimiento del pasado y el contraste con lo conocido. Estas culturas se consideraban como una “infancia” de la humanidad, lo que permitía el estudio del mito y sus consecuencias actuales, ya desde un conocimiento más profundo de las cosas.
Estereotipos muy dañinos han sido potenciados mediante el mito; ser de un partido político, de una creencia, de un equipo deportivo, de una forma de ser… todo ello como ejemplo de la tergiversación de patrones no serios, de acomodamiento de pareceres personales o de intereses creados por los cuales uno no pueda ser creyente en un dios, republicano, machista, de profesión biólogo, etc. Son ejemplos (que no reflejan mi estereotipo evidentemente [porque no lo tengo]), que uno tiene en la cabeza, en cualquier país, en cualquier cultura donde la bifocalización es permanente; es indiferente que estemos antropológicamente estudiando españoles del siglo XV d.C. o pompeyanos del I a.C. (d.C. es un ejemplo más de una focalización que a un no creyente le resultaría forzosa). El mito se asocia con el estereotipo inadecuadamente, maliciosamente y subrepticiamente.
Como aportación a este ensayo, me gustaría reflejar la atención sobre un episodio de “Los Simpsons” (como ejemplo de la pervivencia mítica) en el que el personaje Flanders (muy religioso) con sus hijos, visitaba una exposición, en la que la Creación se exponía como un mito en el que la “mano de Dios” iba creando la vida y al hombre. Esto obviamente enfada al personaje que no entiende que su propia religión se trate como un mito.
En este mismo aspecto religioso, Lo curioso es que por nuestra propia cultura y antecedentes cristianos o islámicos, no vemos en ese sentido mítico nada de lo religioso, aun cuando las similitudes con los mitos mesopotámicos, griegos, indios o chinos sean evidentes. Me refiero sobre todo a las descripciones de algunos hechos que a todas luces son una representación irreal (que nada tienen que ver con la fe, en lo que se debe respetar a cada uno).
Si algunos hechos religiosos (de cualquier religión), son obviamente fantásticos aun cuando tengan alguna base real, nunca se convertirán en mitos para los propios creyentes, y sí lo pueden ser para los ajenos a esta creencia o de otra cultura.
El mito como sistema comunicador dice Luque «los mitos son —lo venía a decir Séneca— potentes sistemas de comunicación. Cualquier mito transmite información respecto a innumerables aspectos que sus forjadores o sustentadores consideran fundamentales», como elemento de transformación social o promotor de cultura nos aporta una correa de transmisión entre el intelecto razonador y el interior de la persona. Sirve de aglutinante para el desenvolvimiento del ser, en un mundo en el que aún se está por descubrir lo más básico: qué hacemos aquí, de dónde venimos o adonde vamos… las típicas preguntas “míticas”.
Como comentario a una nueva visión del mito, más contemporánea, se podría aducir que el mito es intemporal, necesario, nos da tranquilidad mental, no importa si es griego, indio o chino, lo que importa es que convive con el hombre y parece que sigue gustándonos o al menos nos sirve. ¿Porqué sino se abordan tecnológicamente o cinematográficamente a los mitos griegos? Su intemporalidad y por ser intrínseco a cualquier cultura es el argumento. Una vez más, la inspiración en los escritores del pasado sigue “despertando” nuevas aventuras, con una expresión y presentación de nueva técnica, pero con antiguos contenidos.
El autor finaliza con la asunción de hechos constatados «somos conscientes de que usamos mitos y vivimos entre ellos. Hoy sabemos que nos sirven para ordenar el caos de datos que nos proporcionan los sentidos y para resolver, por ficticiamente que sea, las muchas angustias y contradicciones de la existencia». Con ello se asume que no es baladí la cuestión de su persistencia, es más bien interesante, fructífera, aporta estabilidad y deviene filosofía pura a su existencia y a la del ser humano, que sin estos sufriría muchísimo las consecuencias de su ignorancia.
El eclecticismo socio-mítico es posible, no es malo per se y creo que incluso es positivo; existen culturas muy antiguas hoy en día que conviven “junto” a transbordadores espaciales y tanto unos como otros están abocados a la extinción… pero los mitos que engloban persistirán. Es un hecho que la mente humana busca explicación y siente curiosidad por descubrir lo lejano (en el ámbito que se piense), por ello cuando no la encuentra aplica un concepto que científicamente está demostrado, completar la parte que falta con la imaginación.
Si no podemos soñar, mitificar, este mundo sería un poco aburrido. Uno no quiere saber todo pues la felicidad no reside en el conocimiento completo (¿somos dioses?) sino en desarrollar un camino en el que vemos rayos, sabemos que después vendrá el trueno y posiblemente esa agraciada lluvia que inundará nuestras cosechas para darnos de comer… ¡Gracias a Dios!, ¡por los rayos de Júpiter! o ¡desequilibrio eléctrico tormentoso! qué más da, si al final ¡llueve!
Debemos convivir con el mito porque es casi “humano”; nos ha acompañado en nuestros miedos dentro de las cuevas en el Cuaternario, en nuestra esperanza en la buena cosecha del cambio neolítico, en la de un mundo mejor con la religiosidad medieval, en la interconexión mito-maquinal con el avance industrial y en la actualidad con su preponderancia tanto en lo audiovisual como en no aceptar pasar por debajo de una escalera en la calle.
Finalizo con una reflexión en modo de cita que resume acertadamente creo, la síntesis de este tema tan interesante, diverso y anacrónico.
Ítalo Calvino (Italia/Cuba, 1923-1985), acerca del mito expresó: «El mito es la parte oculta de cada historia, la parte sepultada, la región que todavía está sin explorar porque todavía no hay palabras que nos permitan llegar allí… El mito se alimenta del silencio tanto como de las palabras».