Intentaremos centrar este ensayo en explicar la evolución cristiana dentro del mundo franco, dejando los valores más puramente históricos con el tratamiento únicamente necesario para ello.
Nos encontramos según expone el autor, ante una evolución histórica del área franca. Histórica en todos sus ámbitos, sin olvidar el elemento espiritual intrínseco a la naturaleza humana, por ello la situación de la dinastía carolingia ya iniciada con Pipino III “El Breve”, co-evoluciona tanto social como religiosamente hacia la coronación de Carlomagno en la Navidad del año 800 d.C. Esto supone que las divisiones territoriales desde la época de Clodoveo se vayan disgregando o integrando (según el momento) en entes menores (reinos o feudos menores iniciadores del vasallaje) o mayores (Austrasia, Neustria, Borgoña etc.) en función de los avatares políticos, y estos a su vez interfieren en la propia evolución o involución de las creencias y por ende de la Iglesia o futura cristiandad.
El autor nos proporciona datos sobre dichas conexiones político-religiosas, incidiendo en la refutación del poder religioso en cuanto se proporciona un “protector” que le permita dilatar temporalmente su doctrina, afianzar la misma mediante la expansión cultural y evitar siempre las injerencias externas heréticas o que difieran de su labor divulgadora.
Históricamente, tras el decaimiento merovingio, se produce un fortalecimiento de las mayordomías de palacio, en detrimento (ocasionado por los propios reyes en muchos casos) de la realeza. Estas mayordomías son, a la postre, las que van a propiciar (también por su propio interés) el culto cristiano, su preponderancia respecto a otras ideologías (recordemos la proximidad de los musulmanes en Hispania, ortodoxos en Bizancio…) a cambio de las imposiciones papales para mostrar ante el pueblo un devenir divino en su coronaciones (quizás si retornamos al 2.800 a.C. en Súmer no encontraremos mucha diferencia). Política unida a religión por mutuo interés… ¿Error corregible?
Austrasia se configura pronto como la región preponderante y Carlos Martel será el promotor de un ideal de reunificación franco, que en los siguientes siglos vendrá definido como un ente de ida y vuelta tanto en las mayordomías iniciales, como en los reinados imperiales. A Carlos Martel lo deberíamos destacar en este ensayo por su victoria contra el mundo musulmán en la famosa batalla de Poitiers (Tours más correcto según otros autores), y no es un mérito anodino. Estamos hablando de la diferencia histórica de una Europa que va a avanzar en el cristianismo hasta hoy en día y que, de haber conseguido Abderramán superar esa línea, quizás este ensayo trataría sobre la evolución islámica y los peligros de la herejía cristiana. Por tanto no es un asunto baladí. Martel puso el freno para la diferencia ideológica que tratamos, al menos en el reino franco, posterior imperio carolingio y sacro romano germánico. Curioso es que este preciso “taponador” le confiscara posteriormente tierras al papado cristiano, aunque evidentemente su reinado le iba en ello. Quid pro quo.
El equilibrio entre la ciudad, la cultura, la religión y el mundo rural propició tanto los avances económicos como los de desarrollo social y cristianos. Los aspectos monacales, con sus reglas benedictinas, sus ideologías correctas en una vida consagrada, tuvieron altos y bajos (incluso asociados con el papado) en función de las formas de acceso, bien fueran dirigidas, bien fueran “nascum” interno.
El llamado poder territorial eclesiástico era un asunto importante para el imperio carolingio y el sacro germánico, y ¿por qué no decirlo? también lo que llevaba asociado… las personas que trabajaban esas tierras, las que las custodiaban, administraban, etc., una fuente ideológica cristiana que asumía sus cultos independientemente de su condición, y que estaban muy integrados en el feudo, en el vasallaje de sus señores, en las relaciones a tal fin que conllevaban una disposición favorable al imperio, de la mano del papado cristiano. Esto hará posible la idea de expansión de los emperadores, su acercamiento (con algunas diferencias) al papado, el entendimiento distinto por parte de unos y de otros respecto de esta relación, y consecuentemente coronaciones o aceptaciones papales llamadas a relacionarse, que no a entenderse. Esta falta de entendimiento de quién es el que está por debajo del otro no impedirá hasta siglos después ese acercamiento tan interesado de lo espiritual y lo temporal (concesión divina “por la gracia de Dios” o “ungidos del Señor” versus protección).
La relación papal hacia los francos, aprovechando una defensa contra Lombardía, otorgó a Bizancio (creedora de su ascendiente romano) su excusa no querida para el alejamiento cristiano de Roma, lo que daría, al igual que pasó con el freno musulmán, la futura división cristiana occidental y ortodoxa oriental.
Carlomagno integró reinos del Norte territorial y cristianamente, conversiones que produjeron una ampliación de la Cristiandad, término que iba conformándose como la estructuración del cristianismo, allende de las fronteras político-territoriales. En relación a Hispania, el marcaje pirenáico permitió junto con la división condal, la recuperación futura de los reinos cristianos norteños y la decadencia musulmana.
Como conclusiones, podemos decir que el desarrollo político franco, el decaído imperio romano en la forma bizantina, el asedio musulmán hispánico, el lombardo itálico y cualquier otro elemento de interferencia sobre el cristianismo de la época fue hábilmente (aún no siendo esta la intención) soslayado por el papado mediante la unión simbiótica de protección con el poder reinante más conveniente, la expansión del culto aprovechando ese poder y la esperanza de separación futura del mismo en el momento adecuado. Esto llegaría algunos siglos después, por el bien del cristianismo, aunque en opinión de este humilde ensayista, más de mil años después, queda mucho por hacer.