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Las relaciones culturales. Identidad y diferencia, heterofobias
Por Miguel M. Delicado Publicado en Antropología, Filosofía en 28/01/2013
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Identidad y diferencia

La conformación de un estado diferente de existencia, de una manera de vivir, de una concepción del “otro” y del propio “yo”, no son factores o elementos que respondan a una propagación temporal y territorial corta y escasa respectivamente; más bien tendremos que hablar de un desarrollo socio-cultural muy progresivo, que incidiendo en patrones intrínsecos a la propia etnia, va formando las diferencias fundamentales entre culturas.

La propia identidad y la diferencia tienen motu propio para su posibilidad de “ejercicio”. Queremos decir con esto que no existe una sin la otra, pero que ambas necesitan una conformación inicial para que, dando lugar a su nacimiento, provoque inevitablemente la aparición de la otra. Podríamos decir que no es así, que la diferencia aparecería siempre con posterioridad al reconocimiento de una identidad, pero si ahondamos un poco en ello, creo que podemos descartar que sea así lo que parece tan evidente. La propia diferencia nace como respuesta a una identidad desconocida hasta un momento dado, una identidad externa que nos provoca el conocimiento de la propia. Somos diferentes porque nuestra identidad parece ser distinta a lo demás, pero ese “demás” es preexistente incluso. La diferencia existe porque hay una identidad. La identidad se conforma antes o después de conocerse la “diferencia”.

Todo esto que planteamos tiene una relación directa con las cuestiones que vamos a tratar, en las que tanto esa identidad como la diferencia, marcarán notablemente las relaciones, los ataques, las fobias y las inclusiones.

El proceso identificativo cultural, como etiqueta que define y posiciona históricamente una serie de elementos que se asocian a una etnia, ya es esencia pura de la identidad que se asumirá en ella. Por eso, los procesos de inclusión o exclusión dependen sobremanera de la potencia de la identidad para con su diferencia. No será posible el establecimiento de diferencias apreciables si la identidad no está lo suficientemente marcada. Una sociedad, una cultura o etnia tienen que conformar un patrón claro identificativo a nivel global, pues si unos pocos individuos no llegan a reflejar la identidad suficiente étnicamente, la diferencia no será apreciable y no dará lugar a las extrapolables inclusiones, exclusiones, heterofobias (necesidad del “otro”) o relaciones sociales con los “diferentes” a “nosotros”.

La identidad individual o colectiva no responde a formatos estandarizados, se puede ser diferente individualmente dentro de una cultura cuya identidad está establecida. Se puede tener una identidad individualmente sin que la del entorno esté conformada (procesos de agrupación social no completados). La diversidad cultural es muy amplia, la complejidad de lo que hablamos identitariamente es aún mayor.

Con todo lo que se expone, los factores de inclusión o exclusión social tienen una ponderación que se afina dentro de lo más radical hasta lo sublime. El rechazo identitario como exclusión activa, propia de una identidad grupal más radical supone en la realidad el apartamiento, la no asunción cultural, el desconocimiento, la falta de empatía étnica, en fin una suma de sinrazones que promulgan el aislamiento, el corporativismo, la heterofobia o cualquier término de exclusión que promueve sociedades menos avanzadas (aquí habría que matizar que el rechazo indígena estuvo y está muy motivado por su pérdida cultural y económica, como ejemplo).

La superioridad es un factor inherente a la exclusión. Una identidad “superior” ya denota una cierta separación físico-étnica, que de manera difícil entrará en una dinámica de colaboración, compartimiento, enseñanza y humildad, tan necesarias cuando grupalmente se abordan relaciones. Hoy en día cualquier cultura pequeña nos podría dar clases avanzadas de vida, conocimiento del medio, entendimiento de la simbiosis natural con el hombre, antiestres, medicina natural, convivencia… un largo etcétera que una etnia “superior” como la nuestra no sabrá apreciar. La exclusión se provoca por esa misma superioridad de la identidad. De la misma manera, la cultura “inferior” o que se considere así identitariamente, conllevará un inevitable rechazo y exclusión de sus miembros, pues aquí lo “viceversa” entra en juego.

Pero no podemos entender todo esto como negativo, los extremos no son adecuados y provocan exclusión, sin embargo las diferencias son tan necesarias para conformar las propias identidades como esenciales para la diversidad cultural, para el aprendizaje, desarrollo del individuo y de su grupo. La identidad es importante, la diferencia más si cabe, el problema no existe por la diferencia sino por la relación entre esas culturas diferentes. La empatía vuelve a jugar en primera línea aquí; el razonar como normal la forma de vida, de cultura de una etnia, de la que podemos aprender nuevas formas de vivencia y desarrollo para la nuestra es la base y la fuerza para conseguir una productividad social acorde al nivel de inteligencia relacional.

Precisamente las relaciones de las que hablamos son las que van marcando el camino social del hombre e incluso del resto de los seres vivos, me atrevería a decir que incluso del planeta, pues una mala relación inter-culturas puede dar como colofón de lo exclusivo a una guerra como la segunda mundial o cualquiera peor que imaginemos. Las relaciones son importantísimas y su nivel de identidad y diferencia definen abiertamente el futuro social de los grupos.

Lo complejo va de la mano de lo diverso: ni es fácil establecer relaciones culturales sin “preponderarse”, ni esa diversidad permite claramente un nivel de empatía suficiente para que, en todos y cada uno de los casos, se afanen el individuo o los grupos en entenderlo todo y aceptarlo sin cuestionarlo. Ejemplos como los vistos en clase respecto a las ablaciones, esclavitud, etcétera, son suficientes para ello.

Relaciones socio-culturales

El establecimiento del “otro” tiene un componente de variabilidad que supone en la práctica que esa identidad o exclusión fluya hacia una relación más o menos fructífera antropológicamente. Además, el proceso de identidad del que hablamos supone la reafirmación grupal y la constitución del ente; la pertenencia y la defensa del grupo se convierten enseguida en un patrón o modelo a seguir por el resto (véase como ejemplo un equipo de fútbol). Por todo ello la definición del otro va variando en función de lo que indicamos (en el ejemplo anterior el “otro” cambia cada partido).

La solidaridad social, la interdependencia del individuo dentro del grupo y de los grupos entre sí, son elementos que van aquilatando una identidad que originará esa diversidad de la que hablamos al principio de este ensayo, una diversidad que tiene “enfrente” a un “otro” que cambia frecuentemente, que no responde a formatos estandarizados aunque sí interiorizados, en suma que dependerá del momento, del territorio, de los intereses económicos y culturales o de tantas otras cuestiones, que finalmente ese “otro” pasa a ser un elemento divergente del que no se sabe muy bien el porqué está ahí ahora o mañana no.

La asimilación cultural tiene como problema el entendimiento. No siempre se produce una integración natural y perfecta (cosa difícil), la xenofobia, el miedo al proceder del otro o a lo desconocido provoca y así nos lo muestra la Historia, guetos metropolitanos (Chinatown por ejemplo, en muchas ciudades importantes), esclavitudes, indigencia, muros separadores (Berlín, China), y tantos otros ejemplos.

Dentro de una misma cultura siempre se producen élites, hay clases y diferencias. Si a ello tenemos que hacerle confluir otras culturas con sus propias diferencias internas, lo diferencial se va hacia valores muy altos tanto intrínsecamente como extrínsecamente. Las culturas chocan, los elementos que las integran también entre ambas y entre sí a nivel interno. Es como intentar que la diversidad material de la Tierra y la Luna fundan en una sola fuente origen, cuando se va demostrando su bipolaridad esencial.

El ataque entonces deviene necesariamente de una identidad reconocida, de un ente imaginario de superioridad o inferioridad que provoca, que se defiende, en suma es una amalgama de circunstancias y de históricos patrones culturales y sociales que hacen que se vea al “otro” como un enemigo. En sí esto no es necesariamente así, pero la concepción humana del espacio vital circundante, de la necesidad de dominio y de la poca preparación empática, suman una serie de actuaciones que se encaminan desaforadamente hacia el “otro” simplemente por su diferencia. Aplíquese esto al individuo, al grupo o a la sociedad en su conjunto y tendremos una respuesta a las confrontaciones.

El ser humano es diferente, no solo de sí mismo, sino del entorno natural que le rodea. El ataque no se produce únicamente por dominancia, sino por la propia diferencia, una diferencia que en sí no es ofensiva pero que con la asunción de identidad lleva a una “necesidad” de aislamiento, de separatismo y de “cercamiento” de lo propio como sistema de protección de lo “mejor” y aislamiento de lo “peor” y diferente.

Estas formas heterofobas no hacen sino respaldar la identidad y la diferencia de la que hablamos. Tal y como se nos ha aportado en clase, el jefe indio Noah Seatl expone muy claramente esto de lo que hablamos en su carta al gran “jefe”Washington: “todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado”. “Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos”. 

Esta duda de Noah; “Ya veremos”, ironiza sobre lo que debatimos en este ensayo: la diferencia entre indios y blancos es una seña de la propia identidad, que tanto Noah como Washington marcan como diferencia en sus relaciones, relaciones que se ven circunscritas a un proceso de inclusión o exclusión que abordará o no una heterofobia en función de su capacidad de asimilación de ese “otro”.

Cualquier aspecto de la vida diaria nos mete de lleno en estas situaciones, sean grupales o individuales.

Jefe de los «Pieles Rojas»

En síntesis el problema se proclama exteriormente, pero se interioriza mucho antes; en nuestros recónditos cubículos de la memoria y la inteligencia, donde el “yo”, el “otro”, la identidad y la diferencia luchan constantemente por dejarnos como un “superviviente”. Así podemos citar, siguiendo con Noah como ejemplo “[…] Termina la vida y empieza la supervivencia”. En este caso el gran jefe se refiere a la lucha contra la naturaleza, pero si sustituimos los términos naturales por “otros” más humanos, el fin es idéntico.

Por último, quisiera finalizar citando algo que nos puede hacer pensar sobre lo que hemos comentado en este ensayo.
“La globalización está provocando un obsesivo afán de identidad, que va a provocar muchos enfrentamientos. Nuestras cabezas se mundializan, pero nuestros corazones se localizan”.
José Antonio Marina (1939-?) Filósofo español.

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