«La ciudad de Roma, según tengo yo entendido, la fundaron y la poseyeron al principio los troyanos, que erraban fugitivos sin sede cierta al mando de Eneas, y junto con ellos los aborígenes, raza de hombres agreste, sin leyes, sin jerarquía, libre y sin trabas. Una vez que estos pueblos se juntaron dentro de las mismas murallas, con ser de desigual origen, de diferente lengua y vivir cada cual con sus costumbres, resulta increíble al contarlo lo fácilmente que se fusionaron. En tan poco tiempo la multitud heterogénea y vagabunda quedó convertida por la concordia en una sociedad organizada. Pero una vez que su estado aumentó en ciudadanos, costumbres y territorio, y daba la impresión de ser bastante próspera y bastante poderosa, como acontece por lo común con las cosas mortales, de la opulencia nació la envidia. Así que reyes y pueblos vecinos la ponían a prueba con la guerra; pocos de sus amigos le prestaban auxilio: pues los demás, paralizados de miedo, se alejaban del peligro. Ahora bien, los romanos, alerta en el interior como en campaña, actuaban rápido, se preparaban, los unos animaban a los otros, salían al encuentro de los enemigos, protegían con las armas libertad, patria y parentela. Más adelante, una vez que habían rechazado el peligro con su coraje, llevaban auxilio a aliados y amigos y se granjeaban amistades haciendo favores más que recibiéndolos. Tenían un poder, poder con nombre de rey, legal. Unos individuos elegidos, cuyo cuerpo debilitaban los años, cuya inteligencia era vigorosa por su sabiduría, deliberaban de consuno sobre el Estado; estos señores, bien por la edad, bien por el parecido de la tarea, se llamaban padres. Más adelante, cuando el poder real que al comienzo había existido para garantizar la libertad y fortalecer el Estado se trocó en arrogancia y tiranía, dando un giro al régimen, se dieron un gobierno anual y un par de gobernantes por año. De este modo consideraban que el espíritu humano muy poco podía insolentarse a causa de la libertad excesiva (…)
Pero cuando el Estado creció por el esfuerzo y la justicia, grandes reyes fueron sojuzgados en la guerra, gentes salvajes y vastos pueblos sometidos por la fuerza, y Cartago, rival del imperio romano, pereció de raíz, y quedaban libres todos los mares y tierras, la Fortuna empezó a mostrarse cruel y a trastocarlo todo. Para hombres que habían soportado fácilmente fatigas, riesgos, situ aciones comprometidas y difíciles, el no hacer nada y las riquezas, deseables en otro momento, resultaron una carga y una calamidad. Así que primero creció el ansia de riquezas, luego, de poder; ello fue el pasto, por así decirlo, de todos los males. Pues la avaricia minó la lealtad, la probidad y las restantes buenas cualidades; en su lugar, enseñó la arrogancia, la crueldad, enseñó a despreciar a los dioses, a considerarlo todo venal. La ambición obligó a muchos mortales a hacerse falsos, a tener una cosa encerrada en el pecho y otra preparada en la lengua, a valorar amistades y enemistades no por si mismas, sino por interés, a tener buena cara más que buen natural. Estos defectos crecían lentamente al principio y a veces eran castigados; más adelante, cuando se produjo una invasión contagiosa, como si fuera una peste, la ciudad cambió, el poder se convirtió de muy justo y excelente en cruel e intolerable. (…) Desde que las riquezas comenzaron a servir de honra, y gloria, poder e influencia las acompañaban, la virtud se embotaba, la pobreza era considerada un oprobio, la honestidad empezó a tenerse por mala fe. De esta manera, por culpa de las riquezas, invadieron a la juventud la frivolidad, la avaricia y el engreimiento: robaban, gastaban, valoraban en poco lo propio, anhelaban lo ajeno, la decencia, el pudor, lo divino y lo humano indistintamente, nada les merecía consideración ni moderación. Merece la pena, cuando se han visto casas y villas construidas a modo de ciudades, visitar los templos de los dioses que nuestros antepasados, hombres tan religiosos, edificaron. Ciertamente, ellos decoraban los santuarios de los dioses con su piedad, las casas propias, con su gloria, y no les quitaban a los vencidos nada excepto la facultad de hacerles daño. Muy al contrario, éstos, los más indignos de los hombres, cometiendo un crimen monstruoso, arrebataban a los aliados todo cuanto los vencedores, hombres tan valerosos, les habían dejado, como si cometer injusticia fuese en definitiva hacer uso del poder.
Pues, ¿para qué contar lo que a nadie sino a quienes lo vieron resulta creíble, que muchos particulares han rebajado montes, han rellenado mares? A mí se me antoja que a estos individuos las riquezas les han servido de capricho, porque se apresuraban a derrochar vergonzosamente las que tenían la posibilidad de poseer con honradez. Pero es que había entrado un afán no menor de sexo, crápula y demás refinamientos: los hombres se sometían como mujeres, las mujeres exponían su honra a los cuatro vientos; para alimentarse escudriñaban todo en la tierra y en el mar; dormían antes de tener deseo de sueño, no aguardaban a tener hambre o sed ni frío o cansancio, sino que por vicio anticipaban todas estas necesidades. Este comportamiento incitaba al crimen a la juventud cuando faltaban los bienes de familia. El espíritu imbuido de malas artes no se privaba fácilmente de placeres, de ahí que se entregase más profusamente y por todos los medios a ganar dinero y a gastarlo.
En una ciudad tan grande y tan corrompida, Catilina (cosa que era muy fácil de hacer) tenía a su alrededor un batallón de todas las hazañas y crímenes, como una guardia de corps. Pues cualquier sinvergüenza, calavera o jugador que hubiera disipado la fortuna paterna en el juego, la buena comida o el sexo, y el que había contraído grandes deudas para hacer frente a su deshonor o su crimen, todos los parricidas de cualquier procedencia, sacrílegos o convictos en juicios, o por sus hechos temerosos de un juicio, aquéllos además a los que alimentaba su mano con la sangre de los conciudadanos, o la lengua con falso testimonio, todos, en fin, a quienes torturaba el deshonor, la escasez o la mala conciencia, éstos eran los íntimos de Catilina y sus amigos.»
Salustio, Conjuración de Catilina, 6-14 (selección), traducción de Bartolomé Segura, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 2000. Fuente: bib.cervantesvirtual.com
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1. Introducción
Nos hallamos ante un texto de Salustio Crispo, relativo a la famosa Conjuración de Catilina, donde ahonda en los principios de la fundación de la Roma más arcaica e incluso mítica, pasando a continuación a exponer cómo se ve transformada la ciudad con su engrandecimiento, sobre todo en los aspectos sociológicos. Estas valoraciones de Salustio indican que al final son estos aspectos sociológicos subyacentes los que propician el desenvolvimiento de la conjuración. El hastío de buena parte de la población (sobre todo gentes de poca honra moral) según el autor, desembocan en la facilidad de Catilina para agrupar a su lado a estos denostados por el poder.
La idea principal del texto es la exposición de la degradación de las virtudes romanas originarias; la moderación en la vida en general, las buenas costumbres, el respeto a las cosas importantes y de la moral, en detrimento de lo superfluo y de la riqueza y el poder.
Las ideas secundarias vienen dadas por las distintas explicaciones respecto a los orígenes de Roma y los esfuerzos llevados a cabo para la fundación de la ciudad, así como las gentes que propician la conjuración de Catilina y que sí se concatenan con la idea principal en lo relativo a los motivos para ella.
2. Localización, clasificación del texto y Autor
Obra: “La Conjuración de Catilina” (“De Catilinae coniuratione o Bellum Catilinae”)
Texto: es un fragmento de la obra de 61 capítulos.
Situación del fragmento: en 06-14.
Clasificación: es una fuente historiográfica con temática más social que política, aunque inserta ambas.
Autor: Cayo Salustio Crispo (86-34 a.C.). Nació en Amiternum (una antigua ciudad itálica a orillas del Adriático, pequeña ciudad de la Sabina), el 1 de Octubre del 86 a.C. Pertenecía a una familia plebeya, y tras recorrer su particular cursus honorum, trabó amistad con julio César al apoyar su causa, por lo que obtuvo influencia llegando a ser Tribuno de la Plebe en el año 52 a.C. para posteriormente, y con esa afinidad con César, llegar al gobierno de la provincia de África Nova. Posteriormente se retiró por diversas causas de la vida pública y se dedicó a la literatura histórica. Este trazo de la conjuración responde a su faceta conocedora de la Roma que describe social y políticamente.
3. Circunstancias espacio-temporales
·Contexto histórico: pertenece al contexto histórico del año 63 a.C.: este año es en el que Pompeyo acaba con el reinado de los Macabeos; Cicerón es nombrado Cónsul y compone sus famosas “Catilinarias” al descubrir una conjuración en marcha por parte de Catilina; Julio César alcanza el cargo de pretor y pontífice máximo y se produce el fallecimiento de Mitrídates VI, rey del Ponto.
En Roma se encuentra instaurada la República, en su fase tardorrepublicana, lo que producía ya los primeros atisbos de cambio social. Las victorias de Pompeyo y de César dejaban entrever la rivalidad de ambos, que militarmente demostraban una capacidad de organización y de control que a la larga desembocaría en los comienzos del futuro imperio romano. Por tanto estamos en la fase en que cuatro décadas después se iniciaría ese imperio.
Destinatarios: es una obra de carácter público y con una finalidad divulgadora. Es posterior a los hechos acaecidos, por lo que no es influyente durante el proceso de las catilinarias.
Relación del texto con su contexto histórico: partiendo de la base de que el autor del texto Salustio, toma sus referencias de un período histórico vivido, debemos valorar en su justa medida la aportación histórica y de personajes intervinientes. Los datos, en su conjunto, son perfectamente válidos a la hora de tomar una interpretación general sobre el origen y fundamentos de Catilina para la conjuración, sin embargo en las particularidades debemos ser más cautos en la creencia, dado que la subjetividad de Salustio está muy presente. No hemos de olvidar que lo escrito sobre dicha conjuración (de haber sido cierta) lo es precisamente por sus más perfectos detractores, a saber, Cicerón y Salustio. Esto nos debe presentar una visión del texto, cuanto menos prudente, sin que por ello sea incierta o faltare a la verdad de los hechos acaecidos. Otra cuestión es si estos hechos son tanto más o menos acordes a la realidad. La exageración de la mala clase de los partidarios de Catilina parece estar presente, sin que por ello no sea cierto que muchas de estas gentes apoyaran a Catilina por su nefasta situación social y económica.
Otra cuestión a tener en cuenta es la narración de los orígenes de la moral romana y de la propia Roma, donde ya interviene la derivación de otros autores, como la subjetividad en el entendimiento de ese decaimiento de la virtud moral.
Características de la personalidad del autor que se reflejan en el texto: conocimiento tanto de los personajes intervinientes, como de los hechos ocurridos, lo que deviene de haber vivido en ese año. Aparte de eso, denota ilustración sobre los orígenes propios de la sociedad romana, sobre todo en lo referente a lo moral y lo correcto, la moderación y las buenas costumbres, perdidas o al menos socavadas por la riqueza social, el enaltecimiento del poder etcétera.
Relación de la obra con el resto de la producción del autor: no es la obra más importante del autor, esta sigue reservándose a “Historiae”, pero en su favor podemos decir que ha trascendido como una obra clave de la historia de Roma, por los famosos discursos de Cicerón más que por los propios hechos de la conjuración, que cierta o no, con menos acritud en su narración, o siendo menos importante de lo que se le hizo, no por ello ha dejado de facilitar esa trascendencia de la obra.
4. Análisis del contenido
La estructura del texto de este comentario se conforma en diversas partes, pudiéndose concretar en cuatro, iniciándose la primera con los ancestros históricos de los orígenes de Roma, incluyendo sus factores morales, sociales y de moderación. Continúa la segunda parte con la descripción de la transmutación de los valores de esa misma sociedad, siguiendo la tercera con una presentación de juicio propio sobre esa transformación moral. La cuarta parte asume lo anteriormente estructurado para dar como justificación la posibilidad de que ocurrieran los hechos de la conjuración, precisamente por la degradación moral de la propia Roma.
La postura del autor denota en casi todo el fragmento una subjetividad de opinión, pues tanto en lo relatado respecto a las denostadas virtudes romanas, como en los hechos que motivan las alianzas a favor de Catilina, el autor no deslinda su opinión negativa de ello, aunque a su favor debemos decir que quizás no estaba equivocado en la realidad moral, pero posiblemente sí en lo respectivo a Catilina.
5. Juicio crítico
En el texto se da una descripción de elementos históricos de fundación, que se enlazan con un fin (la exposición de una situación previa y su decaimiento posterior), bien organizados por secciones, con una narración clara, breve y precisa.
Referente al tema que nos ocupa es interesante resaltar la cantidad de datos que aporta Salustio para ir llevando al lector hacia la demostración ineludible de esa decadencia moral. Nos expone innumerables situaciones de la vida ciudadana romana y cómo se va transformando con el paso del tiempo y el acopio de costumbres y modos que en nada responden a los pretendidos en sus orígenes por los patres de la fundación. Va realizando una especie de guía sobre cómo un origen vital correcto se transmite, generación tras generación, acumulando las cosas negativas y conllevando la destrucción de la moral por excelencia, la del propio hombre.
Opinión personal:
La descripción es bastante elocuente y además instructiva, pues nos describe una sociedad cambiante a través de sus propios actos y costumbres. La lectura es amena e interesante, sin entrar a valorar la subjetividad moral del autor. De hecho en el texto del comentario, quizás lo menos importante es el hecho de la conjuración en sí, lo verdaderamente relevante está en la referencia a unos valores morales de integridad que se van perdiendo con el paso del tiempo.
En mi modesta opinión, Salustio nos presenta unas circunstancias que no difieren mucho de unas sociedades a otras. Cuanto más importante es el crecimiento ciudadano y además es acorde al de la riqueza, el poder y la moral no suelen ir de la mano. Quizás Salustio encontraba en los patres de Roma esa equidad de poder y riqueza junto a la virtud y el buen hacer, perdidos totalmente en el devenir de “su” propia Roma. Un sentimiento nostálgico junto al hastío del propio tiempo en que esa nostalgia no asomaba por casi ninguna parte.