En este discurso don Quijote se muestra culto, erudito, elocuente. ¿Loco? ¿Cuerdo? Sus palabras se enraízan en un mito clásico abordado, por ejemplo, por Ovidio.
Nos encontramos ante una elocución magistral de D. Quijote ante una audiencia inapropiada, culturalmente hablando (Sancho y los cabreros no tienen ni idea de lo que habla). La dirección del discurso se entremezcla con los valores de la Caballería, a los cuales D. Quijote se adhiere, ahondando en el mito de la edad de oro, o del paraíso terrenal en la forma bíblica.
Primeramente, y con una mímesis original, se adentra en la explicación (al igual que hace Ovidio) de los ancestros vitales y de convivencia del hombre, en la que se ha venido en llamar “La edad de oro”. Hablamos de mímesis porque los descriptores que emplea para ello no son copia de los de Ovidio, muchos son diferentes en la temática y sobre todo en su razonamiento, y si hay alguno parecido no se razona igual. Eso sí, la dirección discursiva es propiamente original y a la vez mimética por lo anteriormente argumentado.
Ensalza D. Quijote esos valores de la antigüedad donde las cosas no se tasan por las transacciones, sino por el intercambio que es una cosa muy distinta (políticamente encontramos una asociación a las formas utópicas de la anarquía o el comunismo); así dice: “-los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío-”.
Se nos habla de la virginidad de las doncellas, de la innecesaria justicia, de la forma pura de convivencia, de unos tiempos mejores (mito de que cualquier tiempo pasado fue mejor), incluso de una abundancia de la tierra y de los ríos similar a la descrita por Ovidio.
Nos hallamos por lo tanto ante un Quijote culto, elocuente como en muchas ocasiones, pero sin divagaciones o locuras manifiestas, todo lo contrario.
Presenta un discurso ante los cabreros donde el conocimiento de Cervantes de “La Metamorfosis” de Ovidio está muy patente, con numerosas citas semejantes, por eso debemos concluir una manifestación culta y razonada en esta parte del Quijote. Esta, que nada tiene que ver con otras donde la locura y la divagación no concatenan con los hechos, salvando siempre que su mente “trabaja” en otro estadio, es una promulgación de sabiduría literaria antigua en toda regla.
Podemos decir que la intercalación de la institución de la Caballería dentro del discurso, no es solamente magistral, sino que se diluye dentro del mismo con una facilidad asombrosa. Precisamente justifica la existencia de la institución para salvaguardar los valores perdidos de esa edad dorada, a la que se debería intentar recuperar.
Como elementos comunes a esa edad dorada, algunos ya citados, podemos indicar la vida pacífica con una justicia innecesaria, carente de guerras y disputas, un reparto de bienes equitativo y con una ausencia de “precio” por las cosas, una comunidad de disfrute de lo dado, una abundancia de lo necesario para el hombre, en fin, un mito paradisíaco expuesto por la religión y por muchos autores a lo largo de la literatura.
Podemos apreciar en Cervantes una descripción más exhaustiva de elementos, pero de una manera más directa, más clara, ahondando Ovidio quizás más en lo terrenal y lo divino. Ovidio expone las cuestiones de una forma digamos más etérea, más mística.
En torno a las cuestiones que plantean los dos autores, no se discute en modo alguno el mito que subyace en ambos textos, y que ya hemos mencionado. Existe una comparativa en los dos mediante la cual, cada uno a su manera, y con los lenguajes utilizados en cada época, contraponen lo perdido con el paso del tiempo y su presente (para cada cual). Por lo tanto no se trata de una argumentación en torno al mito, ya que el mito se da por cierto, sino que los autores tratan de disertar a través del texto sobre los distintos valores, las distintas cualidades o virtudes y los distintos hechos por los que el hombre no goza en sus tiempos respectivos de lo que se tuvo en “La edad de oro”, “El paraíso terrenal” o “El tiempo pasado”. En todos los casos… siempre fue mejor.
Libro recomendado:
El título de este libro procede de una declaración que hace don Quijote en el capítulo 41 de la segunda parte de la novela: «Yo he leído en Virgilio», frase que continúa así: «aquello del Paladión de Troya». Un análisis de fuentes revela inexacta esta cita, porque el Paladión no es el famoso caballo de Troya al que quiere referirse el caballero. Sin embargo, un estudio literario sincrónico conduce a plantear otro tipo de cuestiones: ¿de qué modo influye en don Quijote su lectura de autores griegos y romanos? Este libro se mueve en este plano del análisis sincrónico de la tradición clásica en el Quijote, título que conduce necesariamente a otra pregunta: ¿es significativa la intertextualidad entre las literaturas griega y romana y el Quijote?
Galardonado con el III Premio Internacional de Investigación Científica y Crítica «Miguel de Cervantes» 2008
Antonio Barnés Vázquez. Doctor en Filología por la Universidad de Granada. Profesor universitario.
Mi excelente profesor en la Unir, al que desde aquí le agradezco el haberme hecho ver el «caudal» humanista y la inspiración histórica literaria, de los que siempre nos recuerda que hay que retrotraerse para ver la realidad.
Antonio Barnés clásicos metamorfosis ovidio quijote quijote y sancho virgilio
Muchas gracias, Miguel, por tu elogioso comentario y te felicito por la explicación que has publicado sobre el mito de la Edad de Oro en el Quijote. Es una pieza retórica bellísima. El sábado pasado, con el auspicio de la UNIR, pudimos ver El Quijote del Teatro de Cámara Chejov. Allí se recitó este texto, como paradigma de la elocuencia quijotesca.