Nos hallamos en un estudio argumentativo sobre las distintas maneras de proceder respecto a la realización cinematográfica, con unos contenidos eminentemente prácticos, y enfocados hacia la verosimilitud del trabajo final.
En todas las cuestiones planteadas, el autor nos enfatiza la necesidad de adecuar, de adaptar e incluso actualizar los distintos métodos de investigación cinematográfica, en unos tiempos en que ya no es únicamente válido el recurso a lo material, a lo físico o a lo palpable, sirviendo de muchísima ayuda los recursos tecnológicos para un fin que es, en sí mismo, también tecnológico.
En los tiempos pasados, incluso en los albores del cine, la autentificación de los elementos inherentes a la escena se fundamentaba en la lectura de textos relacionados, visualización y reproducción fidedigna, o lo más acorde posible, de imágenes extraídas de cuadros, libros, relieves, etcétera, así como de las observaciones rescatadas de historias transmitidas oralmente en algunos casos. Es decir, todo lo que pudiera servir a la producción escenográfica debía ser tratado y enfocado lo más parecido posible a la supuesta realidad.
Evidentemente, fuera de los patrones estándar de la época, no habían métodos escritos o funcionales donde se describiera exactamente qué había que hacer para obtener una información relevante a los efectos destinados sobre la escena a tratar. Se realizaban capturas de información mediante los sistemas antes descritos, con una transmisión quizás protocolaria entre los propios trabajadores, con aspectos de «boca a boca» y referencias de lo que normalmente se hacía para recabar datos.
Posteriormente se va aquilatando sobre la investigación una serie de protocolos más profesionales, con una distribución de mecanismos de obtención de información, clasificados en todas sus vertientes, y aplicadas a la escena en cuestión, es decir que la misma investigación podía servir tanto para maquillaje, vestuario u otro aspecto, desechando los parámetros que fueran irrelevantes en cada caso, y tomando como guión el resto.
El análisis de estos métodos revelaba la inexistencia de una profesión dedicada a estos trabajos de investigación histórica, de las artes o de las ciencias. A partir de este hecho, se ve como necesaria la creación de la figura del documentalista especializado, y consecuentemente de la automatización de la búsqueda de información relacionada con todo lo que rodeaba a la escena o el film: necesidad de archivos tanto públicos como privados, de centros de documentación, filmotecas, bibliotecas y medios de comunicación escritos y audiovisuales, tal y como indica el estudio comentado.
Surgieron problemas también en cuanto a la adecuación, muchas veces histórica, de los propios comunicados en la escena. Las formas de conversación en uno u otro tiempo difieren notablemente, no solo por el origen de las personas y su acento, sino por el propio contenido lingüístico a exponer. Ello requería especialistas que asesoraran sobre la mejor manera de adaptar el texto del guión a la realidad histórica. Otro elemento más a tener en cuenta ya era por tanto la localización de especialistas o investigadores lingüistas para la producción.
Nos habla el estudio planteado sobre la necesidad de crear un Centro de Documentación, que permita tanto la localización de fuentes en el propio centro como fuera de él, cuestión interesante por cuanto no aboga por la centralización exclusiva, a todas luces inoperante, sino de una centralización en la búsqueda de recursos, lo cual es muy diferente. La posibilidad de obtener ese material necesario mediante la localización única y no dispersa, facilita muchísimo el control del tiempo para ello, permitiendo destinarlo a la obtención de la información para el fin propuesto, y no a la búsqueda propiamente dicha. Aquí entran de lleno las nuevas tecnologías.
El elemento visual está muy presente en el estudio, con argumentos de autoría de películas muy relevantes en la historia del cine, como «Vértigo» o ¡Viva Zapata! Por ejemplo. Este elemento visual se basa en la recopilación de imágenes previa al rodaje, en cuya organización entran en juego tanto los elementos propios de la escena a realizar, como todos los anexos que pudieran servir al fin de la película, pues una imagen (de un cuadro, una fotografía etc.) no solamente serviría para esa escena, sino que aportaría otros datos importantes para cualquier otra, a efectos de vestuario, decorados u otros elementos a grabar.
Alfred Hitchcock y Elia Kazan son directores exponentes de este proceder, así Kazan escribe «… las fotos me ayudaron mucho y llegué incluso a imitarlas de una forma absolutamente precisa en ciertos casos». La recreación no alcanza únicamente a la simple reproducción tanto escenográfica como lingüística, sino hasta el propio posicionamiento actoral, de tal modo que la ubicación de los actores es en muchos casos fiel reproducción de un momento histórico. Para ello es, obviamente, muy importante la localización de imágenes que permitan esa reproducción. Esa localización no se focaliza en la investigación, por lo que la búsqueda llega incluso a los rastros de venta ambulante donde los objetos antiguos pueden provenir de fuentes privadas desconocidas, y ser muy útiles a la recopilación de datos.
La imagen es fuente de la cinematografía como los principios generales del derecho para la justicia. Su presencia deviene (siempre que esté históricamente comprobada) una obligatoriedad de ajuste cinematográfico, en tanto que el director pretenda acercarse lo más posible a esa realidad. Su importancia está por tanto fuera de toda duda. Tanto si es pintura, como grabados, o es una grabación en sí, todos son medios y fuentes de las que beberá la escena. Una misma producción cinematográfica puede servir como fuente para una siguiente versión, que puede diferir o no del argumento de la primera.
Algunos directores o productores absorben este método a título privado, organizando sus propios archivos fílmicos y literarios, amén de estudiar incluso toda la historia y ciencias o artes aplicadas que pudieran aportarles información válida en el futuro y para una producción.
Según el estudio, la proximidad en el tiempo y el espacio es otro factor a tener en cuenta a la hora de producir. No es lo mismo hablar y presentar hechos que ocurrieron en la época de los dinosaurios, en la que poco se sabe de los atuendos o relaciones verbales humanas, que de hechos ocurridos hace cuarenta años, en los que hay muchísima gente que ha vivido esos hechos y vive en la actualidad. Si el contenido no se ajusta, ellos mismos, por un propio sentimiento de conocimiento real, entenderán la falsedad de la producción como un ataque a la propia historia de la que ellos han sido partícipes, por lo que denostarán la película y el trabajo hecho con esa falta de investigación.
Influyen enormidad de elementos y ciencias para todo lo que queremos investigar, desde la arquitectura hasta la simple filatelia; unos sellos anacrónicos en una carta que es primacía en una escena, unas gafas de vista demasiado actuales para el siglo XVI o una etiqueta en un traje de época, pueden dar al traste con todo el trabajo realizado, que además habrá sido mucho. Por tanto la documentación a estudiar es diversa, teniendo una relevancia para el autor las relacionadas con la imagen, precisamente por la gran cantidad de información que otorgan en distintos planos de la misma. Los casos mencionados son anécdotas que están a la orden del día en los llamados “fakes” cinematográficos; aviones en el cielo de una contienda bélica en plena época romana, y relojes de última moda en la muñeca de un actor que interpreta a un personaje fictício en siglos pasados.
Si bien esto serían fallos de control, es bien cierto que los fallos de investigación también son punto relevante, por lo que las consecuencias de ello no tienen remedio una vez lanzada la producción al público. Esto sigue pasando habitualmente.
Por último nos reseña Yepes que la interpretación final dependerá también de la asimilación por parte del director y guionista de los elementos tanto culturales como ideológicos propios de la época a reflejar.
Por todo lo expuesto, pienso que la disposición de centros de control de la información a recabar, en todos los planos: artístico, histórico o científico, de tecnologías de la comunicación e información adecuadas para la búsqueda de esos datos, de redes de contacto personal con los especialistas necesarios a cada fin, mediante las que se pudieran efectuar las consultas procedentes sobre aspectos más o menos relevantes a la producción (arquitectos, modistos, historiadores especializados en períodos concretos, analistas de información, joyeros y un largo etcétera que abarcaría casi todo lo imaginable) redundarían en positivo. Sería la adición al cine de su «base científica» o peldaño inicial donde asentar las bases de un logro de fidelidad a una realidad muchas veces distorsionada que en nada beneficia a la afinidad del espectador.