Vamos a tratar de establecer las relaciones entre conceptos que en su origen distan casi mil cuatrocientos años de nuestro tiempo, pero que como veremos, su alejamiento temporal no es más que un nexo de unión importante en el discurrir humanista de la esencia político-religiosa del mundo musulmán, la cual es un apéndice más de lo que concierne al hombre y su cultura.
En el texto propuesto nos encontramos con una serie de explicaciones sobre los orígenes religiosos politeístas de la Arabia de los siglos previos a Mahoma (Siglo VII d.C.). La existencia de un Alá como dios principal (sin la definición posterior a Mahoma) y múltiples Iláh secundarios llevaban como arrastre e incluso incardinaban la sensación de cierta “inferioridad religiosa”. Esta sensación se daba respecto a los cristianos próximos que les rodeaban tanto en el imperio bizantino, como en el copto egipcio o etíope (y la influencia de este en Yemen).
Consecuentemente con lo anteriormente descrito, surge un movimiento tendente al monoteísmo por el que sus aspiraciones de una creación universal, un surgimiento humano razonado ideológicamente, un devenir histórico como pueblo y una existencia después de la muerte quedaban más asentadas y más clarificadas como respuestas a sus preguntas vitales. Mahoma acomete el encauzamiento de esa “progresión” ideológica mediante una primera fase también ideológica, que tendrá pronto unas consecuencias sociales y políticas una vez asentada su plataforma de prédica en Medina tras la Hégira del año 622 d.C. (que será el primero del futuro calendario musulmán).
El Hanifismo es precisamente esa tendencia árabe al monoteísmo que hemos indicado (por los motivos también expuestos), que recoge Mahoma como bandera para acometer su particular lucha hacia una posición monoteísta, y que con las cesiones en el acogimiento judaico de Medina y su posterior ruptura darán como consecuencia la dotación necesaria para el surgimiento de esa nueva religión “El Islam”.
Para acometer todo ese movimiento, Mahoma precisaba de una masa de gente que desearan ese cambio, acogieran sus ideas sobre las revelaciones en el monte Hira y además estuvieran dispuestos a luchar por ello (posteriormente habría guerras ideológicas con contenido territorial y económico que ganarían). Esa fusión comunitaria, la Umma, tuvo un desarrollo progresivo. Su estructura organizativa creció paulatinamente, las necesidades de la Umma precisaron abordar nuevos enfoques que se adentraban sin reparos en lo político, en lo social y en lo económico. Todos estos factores fueron determinantes para la fusión de una ideología religiosa basada en las revelaciones, con todo un conglomerado socio-político que diera como consecuencia la expansión territorial, la colonización, conversión religiosa y engrandecimiento del mundo árabe en base a una religión. La segregación del resto del politeísmo árabe y del cristianismo o judaísmo estaba servida con los preceptos de la prédica mahometana y la integración exclusiva de creyentes.
Finalmente, la consecuencia inevitable a la expansión islámica será la Dhimma; la necesidad del invadido de prestar su consentimiento al contrato por el que se le otorgaba protección y cierta independencia, siempre que se pagara un impuesto (la Dhimma) al invasor. Esta Dhimma no era más que una manera de asegurar la conversión ideológica “voluntaria” paulatina a cambio de evitar el quebranto económico familiar.
Como resumen a todo lo expuesto podemos argüir que la “simbiosis” de los tres elementos mencionados; la idea, la masa y el elemento coercitivo, propagaron con enorme rapidez el expansionismo de una religión (ya Estado político-social) que encontraba unos cauces abiertos de par en par debido a los propios problemas del imperio sasánida y bizantino, los cuales en sus propias guerras intestinas habían dejado mermadas sus propias defensas físicas e ideológicas.